La historia del hombre que me escribió cómo decir te quiero

Por qué fui y si encontré lo que buscaba es otra historia. Pero lo cierto es que, de repente, me encuentro paseando por un pueblo inuit del Sur de Groenlandia llamado Alluitsup Paa. Vivo desde hace unos días entre desconocidos, cada uno de un padre y una madre (y un país). Hora tras hora se van convirtiendo en mis amigos. “Cuando viajas conoces a gente especial, de diferentes culturas, pero también conoces a gente especial de tu mismo entorno. Y cuando conectas con ellos, esa conexión perdura aunque no los vuelvas a ver nunca. Porque en estos viajes se ve cada uno cómo es realmente. Te acaban mostrando su verdadero yo.” Estas palabras me las dijo ayer mismo Pepe, que en estos momentos vuela junto a Rosa hacia Indonesia.

El amanecer era frío (para nosotros) y las casi dos horas de navegación no habían ayudado en absoluto. Aku, patrón de la zodiac y cazador inuit nos ofreció refugio en su casa para el almuerzo. Admito mi ignorancia por la cultura inuit. Pero no es malo no haber leído mucho sobre ellos para no arrastar demasiados prejuicios y conocerlos tal y como son. En lo poco que he podido penetrar en su mundo me he llevado la siguiente impresión: Son gente amable, tranquila, amigable y al mismo tiempo dura y tajante. Y, sorprendentemente, son curiosos.

Me fui a dar una vuelta solo por el pueblo. En media horita habíamos quedado en casa de Aku para comer nuestro picnic habitual. Baje al pequeño puerto en busca de actividad pero apenas había movimiento. Uno de los lugareños anotaba en un papel la pesca capturada, vendida o vete tú a saber qué. Le hice algún robado. Me miró. Disimulé. Se me acercó y me dirigió la palabra. En un inglés dubitativo y cargado de acento (es decir, parecido al mío) me preguntó si yo era español. Ante mi afirmación me contó que había conocido a dos españoles que le habían enseñado a decir “mi nombre es Jorge”. También tenía dos sobrinas que sabían decir “te quiere”. “Te quiero” le corregí. Lo repitió. Entonces le pregunté cómo se decía “te quiero” en su idioma. Lo pronunció. Lo repetí. Lo olvidé. Lo repitió. Lo repetí. Seguimos hablando de otras cosas. Cuando ya nos despedíamos me dí cuenta de que era incapaz de recordar la palabra. La repitió. Nunca borró su afable sonrisa. Si algo tienen los inuit es sonrisa y paciencia. Se me ocurrió pedirle que la escribiera. Se le iluminó la cara. Abrió su carpeta y sacó una especie de “post it” amarillo. Me escribió la complicada palabra. Gracias, le dije. Me miró y me pidió que yo se la escribiera en mi idioma. Escribí justo debajo. Doble el papel y lo partí en dos trozos. Él se llevó un te quiero castellano y yo un asavakkit inuit. Nos despedimos con sonrisa franca y apretón de manos sincero.

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