“Piumasatit tamatigut pinavianngilatit, sulissutigisatilli piumaarujatit…”

Carmen se sienta frente a mí y me mira al alma y me hace la pregunta. Levanto la mirada y me veo sentado en la mesa de merendero que tiene el albergue en la terracita, devorando dos trozos de pan de molde con queso (la base de mi dieta en este tipo de viajes “sin comodidades al uso”) y mirando maravillado la belleza del fiordo con trozos gigantes de hielo flotando. Nadie más los mira. “¿Cómo puede alguien acostumbrarse a tanta belleza?” me pregunto. Se respira aire en estado puro. Se respira…silencio. Me siento observado por ella. Encuentro su mirada. La pluma de cuervo prendida de su pelo se mece al son del gélido aire. El tibio sol ártico que acaricia mi piel pinta extraños colores en sus ojos. Verdes, amarillos, miel de azahar. Casi resplandecen. Sin casi. Con el tiempo comprendes que no es el sol. Es su luz interior. Siempre brillan, incluso en la niebla del fiordo. Carmen es un animal salvaje. Sin dobleces, sin rincones escondidos. Directa pero calmada. Su voz serena transmite autocontrol aprendido y paz interior no fingida. Es un pedazo de Groenlandia atrapado en un cuerpo de escaladora. No necesita elevar el tono para que la respetes. Sabes que eres su camada y que te va a cuidar.

Salgo de mis reflexiones al ver su sonrisa expectante. Claro, me ha hecho la pregunta: ¿Por qué?

Puede parecer extraño que bajes todas las defensas ante alguien que conoces apenas hace media hora. Tal vez sea más fácil así. O puede que sea que ella es una de esas personas que transmiten la confianza de escuchar sin juzgarte. O quizás sea por ese día. El día que me levanté y me asfixiaba de pena y mis pulmones no se podían llenar de aire por completo y tuve que hacer tanto esfuerzo para respirar que mi tórax reventó y con él la coraza de mis miedos que me oprimía el alma desde hace tanto que no me acuerdo. Y fue entonces cuando decidí que no quería seguir teniendo miedo a nada, sobre todo a vivir y que si me estampaba me estampaba, pero que no pensaba frenar, sino al contrario, acelerar hasta derribar el muro o hacer una calcomanía de mí. Probablemente fue un poco de todo eso, junto con la magia del lugar y del momento. Pero la realidad es que me abrí como un libro y le dije mi porqué: Para mí estar allí era una especie de viaje catártico. Venía a buscar preguntas y tal vez a encontrar respuestas. Su réplica fue inmediata. “Groenlandia siempre responde a la gente que tiene una pregunta. Ya lo verás.”

Y así empecé mi camino entre los hielos que flotan, el frío del viento cuando se esconde el sol tras las montañas, el calor humano de pertenecer a un clan, el estruendo del glaciar al precipitarse en pedazos contra el mar, las luces danzarinas en las oscuras noches estrelladas y los andares entre tierras agrestes salpicadas de musgo, regadas por aguas cristalinas y pintadas, de tanto en tanto, con coloridas casas arrimadas al fiordo.  Y sí. Encontré preguntas y algunas respuestas.

Me imagino que todos la tenemos. Al menos  yo sí. Unas veces lo llamo la habitación oscura. Otras, la caja negra. Lo cierto es que en la azotea donde habita mi mente guardo un rincón en el que pongo en cuarentena ciertos recuerdos. No son secretos apasionantes. Son simplemente míos. Esos no los comparto. Algunas de las conclusiones de este viaje están ahí, de momento. Otras me atrevo, es más, necesito, compartirlas.

Para empezar, cuando suspendes un examen tienes que repetir hasta aprobarlo. Sino no pasas al siguiente nivel. Yo suspendí un examen como éste hace cinco años en África. Por eso me he presentado de nuevo.

Cuando afrontas un miedo siempre sales reforzado. El simple hecho de aceptarlo y mirarle a los ojos te hace avanzar.

Dentro de lo peculiar del tipo de viaje (siempre en relación a mi vida cotidiana) el mío ha sido un viaje especialmente atípico. Por diversas circunstancias fui saltando de grupo en grupo. Conocí hasta cuatro diferentes. Ahora creo que eso no fue casual. Ir saltando de grupo en grupo era parte de mi aprendizaje. Diferentes personas se cruzaban en mi camino y me daban una información, aparentemente poco trascendente. Sin embargo al unir todas las piezas, el rompecabezas empezaba a cobrar sentido.

Cuando algo acaba no necesariamente es todo negativo. Todo final conlleva un principio. Un cambio a lo inesperado. Y la vida es cambio. Nada permanece, todo va mutando. Es lo más duro que he tenido que asimilar, aunque ya supiera que era así. Ahora lo he aceptado. También he visto que siempre que acabas algo lo que te va a venir no necesariamente es mejor que lo que dejas. Por tanto, quédate con lo bueno de lo que has vivido e intenta descubrir y aprovechar lo bueno que tiene tu nueva realidad.

“Piumasatit tamatigut pinavianngilatit, sulissutigisatilli piumaarujatit…”

(“Disfruta este momento porque este momento es tu vida”)

Los inuit tienen un concepto muy peculiar del tiempo. En su lengua se emplea el pasado y el presente pero no usan un tiempo futuro tan bien definido como en nuestras lenguas. Esto muestra, en mi opinión, más que cualquier otra cosa, su manera de entender la vida.

         «Ataasiaannarlutit inuusussaayutit, eqoortumilli inuuguit, ataaseq naammassaaq.»

(Solo se vive una vez, pero si lo haces bien, es suficiente)

Hasta este momento sólo había confirmado ideas que ya intuía. Pero seguía esperando la respuesta de Groenlandia.

El día que abandoné mi grupo, mi manada, fue agridulce. Tristeza de seguir sin ellos. Alegría de haberlos conocido y de haber conectado tan bien desde el primer segundo. Me quedé sólo en Narsaq, mil, dos mil habitantes¿? Por ahí andará. Paseé por el pueblo-ciudad. Entré en el supermercado (es toda una experiencia en estas tierras). Finalmente decidí darme un homenaje en la única cafetería de la ciudad. Mi capuccino y yo éramos los únicos clientes del local. Me recosté sobre la silla mientras labraba con la cucharilla espirales de cacao sobre mi cremoso acompañante. Levanté la mirada,  perdida. El sol de la tarde se desparramaba sobre las mesas de delante. El haz de luz rescató mi atención y la llevó hacia la pared del fondo. Estaba llena de letras de distintos tamaños, frases en lengua inuit y su traducción al inglés. Dejé de remover el capuccino. Leí. Respiré profundo. Entendí.

 “Iluananrneq nalaatsortumik pineq ajorpog, ilungersorluni, qasusuisaarluni, ilinniarluni, misissuilluni, pilliuteqarluni annermilu suliannik nuannarinnilluarnikkut aatsaat pisarpoq. Itinerusumik asannisigit. Qanilaarnerusumik ogalugit. Pilertornerusumik isumakkeerfiginngit, Ulloa sunaluunniit inuuninni ullutut kingullerpaatut isigisaruk…”

 (“Espero que leas buenos libros, y que beses a alguien que piensa que eres maravilloso, y que no olvides crear algo de arte, escribir o dibujar o construir o cantar o vivir como sólo tú puedes. Y espero que, en algún momento del próximo año, te sorprendas a ti mismo…”)

Esta entrada fue publicada en Lo + leído, travel stories. Guarda el enlace permanente.

5 respuestas a “Piumasatit tamatigut pinavianngilatit, sulissutigisatilli piumaarujatit…”

  1. Jorge dijo:

    Espectaculares imágenes y recuerdos!

    Le gusta a 1 persona

  2. Me encanta el texto, dice cosas que he sentido y a las que no le había puesto palabras y menos tan poéticas. Las fotos una envidia total, a ver que día me doy un paseito hasta Groenlandia ;D

    Me gusta

  3. Torroja dijo:

    No he estado nunca en Groenlandia, pero alguien me enseñó a
    amarla. Y tus palabras me transportaron hasta allí.

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s