Me dejo llevar por la marea, mecido en un vaivén interminable. No sé adonde voy ni tampoco me preocupa. Sé que estoy inmerso en un ciclo de cambio. Un ciclo que parece un huracán. Ya he desistido de comprender el sentido de todo esto. Simplemente prefiero ahorrar fuerzas para el momento en que vea la orilla. Entonces nadaré con fuerza y convicción. Lo daré todo y me salvaré. O no será suficiente y me ahogaré. Pero lo habré dado todo.
Cierro los ojos y permito que el mar me cubra de caricias de espuma y que la rompiente me abrace para siempre.
En este estado vital, acepto como normal ir a ver el partido y encontrármela de cara nada más llegar. Sin ni siquiera haberme podido acomodar. Sin que me de tiempo a decirle a Tony que otros se harían un selfie para decir en Facebook que sus vidas de mierda son mejores que la tuya.
No creo en Dios. Pero sé que existen los dioses. Y las diosas. Y sé que algunas de ellas se disfrazan de mujeres y pasean entre nosotros, los mortales. Intentan pasar desapercibidas y casi lo consiguen. Hasta que te miran a los ojos. Hasta que te penetran el alma.
Creo que no es real. Me froto los ojos. Me pellizco los lóbulos de las orejas. Hasta despertarme. Y cuando lo logro, como Monterroso, ella sigue allí, erguida, desafiante y segura de sí misma.
Me mira un par de veces por casualidad. Yo la observo con disimulo (que en mí es imposible, claro). La costumbre le hace no mostrar incomodidad. Cuando ocupa su sitio, en la fila de abajo y un poco a mi derecha, yo ya estoy pensando que debí haber cuidado más mi indumentaria, mi afeitado, mi todo y de paso haber venido con varios años menos y …para, para. Soy yo. Soy esto. Es lo único que importa, que siempre soy yo, que nunca me renuncio.
Claudico y decido no disimular cuando la analizo y reconstruyo a partir de la intuición. Sí, claramente es ella: Artemisa. Siempre sentí fascinación por la diosa de los bosques y las colinas, la arquera, quien fue perseguida por muchos dioses pero a la que ninguno logró robar el corazón. Menos mal que sólo soy un hombre, pienso.
Coincido con su mirada y no nos apartamos. Le abro el alma y le permito leerme porque no tengo nada que ocultar. La estudio con detenimiento y, al final, me susurro las conclusiones sin que me oiga: “Es madura y responsable, tal vez demasiado. Valiente, independiente, orgullosa de sí. De temperamento fuerte. Quizás a ratos insoportable. Provocadora, en sentido transgresor. Lo de llamar la atención, ¿será suyo o de la niña mellada con coletas que se asoma tras sus ojos inquietos? Aunque no parece frívola ni superficial, flirtea sutilmente con dar esa imagen. Tal vez en un intento de ocultar un alma más sensible. Intento que es frustrado por un pequeño brillo melancólico en el fondo de la mirada. Una pena oculta. Pero me olvido de lo más importante: transmite alegría y vitalidad. Además es un poco payasa». Y esto, por cierto, es lo que me conquista definitivamente.
Le enseña con el móvil las fotos de su último viaje a su amiga. Camuflado, las analizo. Deformación profesional. Me prometo que no le diré que, cuando fui hace varios años, ese lago no era tan hermoso. Porque no estaba ella.
Y así paso media tarde. Viendo el partido y aceptando que no soy su marca de hombre. Hasta que decido que lo haré. Aunque no sé cómo. Porque resulta que ahora no me asusta el fracaso, sólo temo no intentarlo.
Si esto fuera cine americano yo acabaría hablando con ella y quedaríamos otro día. Tendríamos una conversación banal y de risa fácil y, al final de la peli, nos daríamos un beso casto y aburrido. Si se tratara de una película francesa tendríamos una conversación ingeniosa y repleta de conceptos filosóficos y surrealistas. Acabaríamos degustando un vino elegante y nos besaríamos con pasión desatada.
Pero me temo que esto es la realidad.
Hablé con ella. De la única forma que se me ocurrió. Pidiéndole que nos hiciera una foto a Tony y a mí. Para subirla a Facebook. Sí, patético. No sé si me sentí más ridículo posando o imaginando mientras nos la hacía que igual pensaba que éramos una pareja gay. A continuación le pregunté acerca de las fotos que le había espiado mientras las veía con su amiga. Doblemente patético. Creo que para hacerlo peor solo me faltó vomitarle encima.
Pero, a pesar de todo, salí del partido hablando con ella. No por mérito mío sino porque ella fue, es, educada y agradable, simpática y deliciosa. Y conforme se acababa la cuenta atrás para que saliera de mi vida yo sólo podía pensar que aunque sé que la lotería nunca me toca, todos los años compro un décimo. Y que me gustaría que en esta ocasión me tocara. De una puta vez.
Hablamos unos minutos. Ella lo prolongó más de lo que el protocolo le exigía. Me dijo que era profesora. Y me recomendó un libro, “El elemento”, de autoayuda. Debí captar la indirecta.
Hacia el final, le descubrí un resquicio en la impecable muralla. Una mínima oportunidad. Ella anhelaba en su interior aventuras que tal vez su entorno no le iba a dar. Pero que yo sí llevo de serie.
Intenté, contrarreloj, venderme en un minuto. Pero soy un bosque. Desde fuera los árboles me tapan. Si no entras no me descubres. Y, aunque entres, en un rato no me recorres. Además, nunca me fue bien lo de venderme.
Cuando la llamada de sus amigos la rescató de mí, yo tenía la mirada secuestrada por sus ojos. Por absurdo que parezca, me vinieron a la mente las palabras del poeta, que nunca hasta ese momento tuvieron un significado tan claro para mí, “Cerré mi boca y te hablé en un centenar de silenciosas maneras”. Asentí con mi sonrisa tímida habitual mientras ella decía, con cortesía, que contactaría. Aunque ambos sabíamos que no. Aunque yo sabía que no y al mismo tiempo deseaba creer que sí. Pero sabía que no. Porque era consciente de que esto es la vida real.
Una vez leí que algunos encuentros son fortuitos, si bien no la mayoría. Todos tenemos un mensaje que transmitir a los otros y un aprendizaje que recibir de los demás. Este pensamiento mágico, que admito que es más que cuestionable, lo aplico desde hace años porque me refuerza interiormente. En parte por esta manera de entender lo que me sucede, he reflexionado sobre nuestro encuentro. ¿Causalidad o casualidad?
Podría engañarme a mí mismo y fantasear con toda esa basura que he contado antes de las pelis francesas y americanas. Pero la realidad es, Artemisa, que creo que tal vez no fueras buena para mí. Y, seguramente, yo no lo fuera para ti. A veces me veo como un vino que no deja impasible a la gente: O siento muy bien o dejo una terrible resaca. Otras veces creo que más que un vino soy el Anís del Mono.
Así que, apartando fantasías adolescentes, intuyo que la realidad de nuestro encuentro es una cuestión de aprendizaje.
Entiendo que el mensaje que yo tenía que recibir era el libro que me recomendó, que ha resultado ser magnífico e inspirador. Aunque admito que me sabe a poco. A poquísimo. Por mi parte, el mensaje que yo debía darle, tal vez no lo pude entregar. Quizás sí. Sólo puedo especular con lo que yo podía haberle aportado. Tras reflexionar con la mayor objetividad que puedo, que no es mucha, me quedo con estas dos cosas. Y perdóname, arquera, porque soy bastante peor escribiendo historias que contándolas:
Creo que las cosas que te ocurren en la vida, especialmente las negativas, puedes aceptarlas como tal y agachar las orejas. O bien puedes entenderlas como un toque de atención a que no vas por el camino adecuado. Son, en realidad, puntos de inflexión en tu vida que se presentan en forma de zancadillas que te pone el destino. Sé de lo que hablo. Y hasta aquí puedo leer. Sea como fuere he llegado a mi actual momento vital, a mi aquí y ahora. Y siento que no me he enterado de nada. Que no he sabido de qué va esto de la vida. No obstante, creo que ahora empiezo a pillarle un poco el truco. Y espero que no sea tarde.
Estoy cansado de vivir la vida que se esperaba de mí y me dispongo a vivir la que realmente me apetezca, le pese a quien le pese. Y resulta que he dejado de ser políticamente correcto. Porque en esta fiesta hay un momento en que te cortan la música de golpe y sin previo aviso. Y como esta canción me gusta…pues voy a salir al centro de la pista a bailarla, dándolo todo. Y quien me acompañe puede bailar junto a mí. O bien hacerse a un lado y dejarme espacio. Resulta que no necesito que nadie me salve, porque mi vida ya tiene suficiente sentido. Y desde luego no estoy aquí para salvar a nadie, porque eso es algo que cada uno debe hacer solito. Y con esto no digo que no acepte a nadie compartiendo mi camino, porque los buenos compañeros de viaje escasean y siempre son bien recibidos. Y los buenos compañeros de vida, ni te cuento.
No sé si este primer mensaje tiene significado para ti. Espero que no. Porque si lo tiene es que estás jodida.
El segundo mensaje no lo doy en abierto. Y puede que ni en privado te lo contara. Ya que se trata del secreto para vivir más. Secreto, que, por supuesto, no descubrí yo. Me lo contaron. Y no, no tiene nada que ver con cuidarse y vivir más años. Resulta que es sencillo y genial. Pero solo se le cuenta a la gente que realmente lo necesita. Debes tener un motivo importante para te sea revelado, porque la gente no valora lo que es gratis.
Me habría tomado un té con ella para contarle esta carta. Una sola vez. Después de ese té, no habría intentado que fuéramos amigos. Porque yo lo quiero todo o no quiero nada.
Cierro los ojos y sigo flotando a la deriva en el dulce mar azul de su cálida mirada. Pensando si tal vez le envío un último mensaje que simplemente diga: “Gracias por un instante de ilusión. Suerte y felicidad en tu vida”.
La foto de nosotros tres. Tony a mi derecha. Ella tras la cámara.
PD 1: Aquí, mi cara cuando poso. Sin comentarios.
PD 2: La camiseta mola, eh? pues también tiene su historia…
PD 3: El tipo de detrás, el que se está invitando a la foto… no sé quién narices es.