Recién llegado a la ciudad, paseando la noche, una melodía de extraños acordes me seduce. La persigo y me dejo atrapar por su exótica magia en un parque público de Kunming. De repente me veo enmedio de una actuación casi improvisada de prácticamente tantos músicos, tal vez una veintena, como asistentes. Soy, aparentemente, el único no asiático, aunque me siento bien recibido.
El sonido es envolvente, literalmente, ya que, en ocasiones, el anciano que tienes justo tras de tí saca un instrumento artesanal e inclasificable (para mi ignorancia) y se une a la dulce melodía.
Todo fluye y es espontáneo, no venden entradas, no pasan el gorro, lo hacen por la música, por el arte. Y eso se nota en cada expresión de cada rostro surcado de arrugas regadas por notas musicales. Se palpa en el ambiente la satisfacción del talento natural.
En ese instante llega un policía e intenta reventar el espectáculo porque pasa de las diez de la noche. Un abuelete se le enfrenta y no necesito saber mandarín para entender a dónde lo manda. Y la música continúa, pese a la oposición de ese único representante de la autoridad.
Para cuando muere la canción el hechizo ya se ha roto y se acaba el espectáculo.
Es el momento en que los octogenarios músicos rodean intimidantes al ofendido oficial. Es el momento de que yo haga un mutis por el foro…
¡Qué artistazo eres, Sergio!
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