Para mí Baleares significa Mediterráneo, porque el de mi barrio no es el mismo mar, aunque se llame igual.
«Rebañismo» no tiene nada que ver con volver a bañarse, sino con un grupo de jubilados corriendo a lo Usain Bolt a las siete de la mañana para conquistar un trozo de arena en Benidorm. Se refiere al grupo de domingueros importados que siempre te rebozan en arena, porque ni saben ni les importa lo que es el respeto a los demás. Este pack choni playero es lo que intento evitar cuando me escapo a las Baleares.
Para mí Mediterráneo significa dejarme llevar, flotando, sobre aguas cristalinas turquesas, haciéndome el muerto para volver a la vida. Significa labios de sal, piel erizada por la brisa, caricias cálidas de sol, pies sumergidos en besos fríos de espuma blanca, huellas de arena húmeda dibujando la orilla, acantilados con lametones de azul profundo, sombras verdes en la umbría del monte, el rojo arcilloso de las playas selenitas del norte, la sinfonía rítmica de las olas tranquilas, el aroma fresco de pino en las noches pintadas de luna, las carreteras que serpentean entre guardianes verdes, entre muros ingleses, entre campos ocres decorados con rulos de paja, salpicados de piedras ancestrales, de caballos retozando libres a su través. Mediterráneo es respirar y llenarte por completo de aire, de vida. Y por encima de todo es el olor a pino tostado por el sol inclemente del mediodía. Porque ese aroma son mis recuerdos. Porque ese aroma es parte de mí.