La horchateria de mi barrio es un lugar tranquilo. Está situada en medio de un parque y deliciosamente orientada hacia una calle por la que siempre entra la brisa con olor a mar. Si el calor es insoportable en el resto de la ciudad, no dudes que en “La Chufera”, podrás respirar e incluso puede que tengas demasiado fresco.
Como tantas otras noches veraniegas de entre semana, me había bajado a tomar un helado, ignorando de forma voluntaria el reloj y negándome que trabajaba al día siguiente.
Esos pequeños momentos íntimos son parte de mi refugio antiaéreo frente a la vida modo rueda de hámster. Intento escuchar una música que signifique mientras me recreo en cada pequeña degustación del helado, decidido a saborear cada instante de paz interior. Es mi momento heladofullness.
Thom Yorke me susurraba a través de unos auriculares bluetooth nuevos, de esos de moda que son la mínima expresión, mientras me embriagaba de brisa marina en una mesa apartada.
Por el motivo que sea, hay días en que llamamos la atención de toda la gente que se nos cruza.
Pues resulta que aquella noche yo no pasaba desapercibido. Podría mentir y contar que lo atribuí a que el apetitoso helado generaba envidias comprensibles. Pero lo que en realidad pensé fue: “Hoy debo estar que me salgo porque todas me miran (de hecho, todas y todos)”.
Una vez reafirmada mi autoestima, me volví a sumergir en la música de Thom y no pude evitar recordar el concierto que le vi hace apenas dos semanas.
Yorke se presentó en Bilbao vestido tan solo con su genialidad y su talento. Renunció a la armadura de los grandes éxitos de su anterior vida, con Radiohead y se lanzó al ruedo a reivindicar que, como dijo Einstein, “solo no se equivocan quienes no intentan nada nuevo”.
En un espectáculo de sonidos íntimos, gracias a su maestría en diferentes instrumentos, a una voz única y con una presencia escénica inesperada, este genio de la música me llegó a lo más profundo. Yorke me pareció maravilloso.
Estaba ordenando estos pensamientos cuando sentí la necesidad de ponerlos por escrito. En el mismo momento en que abrí el cuaderno de notas percibí un reflejo azulado instantáneo sobre el papel, que delató el parpadeo de luces que, parece ser, emiten mis auriculares con bastante frecuencia. Después de todo, tal vez esa noche no estaba yo tan atractivo como pensaba.
Cogí el bolígrafo de algún hotel (me encantan, son los mejores bolis del mundo) y empecé a alternar frases existenciales y cucharadas hiperglucémicas.
No suelo escribir cuando como helado porque se derrite y pierde gran parte de la gracia. Esta frase puede parecer (y es) una obviedad, pero a mi criterio, encierra una cierta enseñanza: El “momento” lo es todo; y si demoras en exceso comerte el helado que tanto deseas, éste desaparece.
De esta forma, y antes de lo deseado, llegué a la última cucharada de helado sabor a Thom, que me sorprendió resumiendo lo que había aprendido de su valiente concierto: si quieres vivir el presente, debes de abandonar el pasado.
Clicka la imagen y disfruta de la música y las letras de Thom.
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Delicioso relato.
Sublime.
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