El Círculo Polar

Si algo tiene el Círculo Polar Ártico es ganas de nevar. Me encanta ver nevar. Yo soy sol. Soy calor, brisa de mar, tomillo, aroma de pino a mediodía tostado por el sol del verano, romero frotado en las manos, el mismo pino bajo la luna, en la fresca noche serrana. Soy tomillo, matorrales, tierra seca y piedra caliza. Soy mediterráneo, como la canción de Serrat. Pero no tengo cultura de nieve. Nunca he esquiado. Ningún reproche. Simplemente preferí quebrarme las rodillas jugando al fútbol. Por eso tengo una deuda de nieve.

Cuando piso Tromsø me defrauda la desnudez de la tierra. Al segundo día empieza a nevar como si no hubiera un mañana y despierta en mí el entusiasmo del niño que apenas conoció la nieve. Desde la habitación observo fascinado la lluvia de plumas que va cubriendo todo, de forma lenta e implacable. No aguanto más y salgo con la cámara a que la nieve me regale su posado. Me muestra su mejor perfil. También hago un robado. Está fumando, fuera, a la entrada del hotel. Mi presencia rescata su mirada perdida y hablamos unos minutos. Viene de Arabia Saudí y nunca antes la había visto en directo. El desierto y el mediterráneo bajo el cielo polar, pienso. Le dejo disfrutar del silencio blanco.

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Me gusta fijarme en la forma de ser de la gente de los países que me acogen. También estudio sus rasgos y decido sobre la belleza de sus gentes. Vale, puede padecer superficial. Pero a mí me atrae. Saco conclusiones terriblemente sesgadas. Con los pocos nativos que llego a conocer todo se basa en una intuición más que en una opinión racional. Pero yo soy muy de intuiciones. Y los noruegos me han gustado.

Nota: En mis estudios de simpatía excluyo siempre a personal de aeropuerto y en especial de controles de inmigración. Como dice Javier Reverte, son una raza especial. En todos los países suelen poner a los malfollados.

Con un clima así aceptas que puedan ser secos y estirados. Pero os cuento una anécdota. Estamos recién aterrizados y ya se percibe actividad de auroras, pese a las luces de la ciudad. Conforme nos alejamos se va formando una aurora con buena definición. En el primer rincón de la carretera nos bajamos del coche y sacamos trípodes y cámaras con frenesí. Hacemos unas fotos desastrosas, debido a la mala localización, de una aurora maravillosa. A los cinco minutos de estar allí, en medio de las montañas y a la medianoche de un martes, para un coche y baja un hombre. Se vislumbra la silueta de dos niños pequeños dentro del coche. Se dirige a nosotros y nos dice que unos pocos kilómetros más adelante hay un sitio, sin luces, en el que podemos ver la aurora y todo el valle. Que le sabe mal que, ya que venimos de tan lejos, no podamos hacer buenas fotos de la aurora. Me sorprende por dos motivos. Por una parte, por el hecho de empatizar con nosotros en una hora y circunstancias tan poco propicias. Por otro lado, porque llegue a la conclusión de que somos de lejos (mi abundante melena rubia y mis ojos azules podrían pasar por nórdicos…).

Lo cierto es que las auroras que vimos el resto del viaje no fueron de la exuberancia de la de esa primera noche. Fueron caprichosas como sólo ellas saben serlo. Son diosas que te prueban constantemente. Te exigen. Se exhiben y se desvanecen. Son una femme fatal. En este viaje hemos sido merecedores de que nos seduzcan pero no se han entregado de forma incondicional. Creo que se debe a que íbamos a verlas. En Agosto tenía otros motivos y me amaron sin condiciones, noche sí noche no, durante horas, hasta dejarme exhausto en el saco de dormir. En el fondo, las auroras son como casi todo en la vida. Tienen su momento. A veces no se presenta. Cuando se presenta lo tienes que aprovechar o, simplemente, pasa. Por fortuna, otras veces da una segunda oportunidad, pero no es frecuente. Moraleja: Vive el momento, lo que te ofrezca, porque el ahora es lo que existe y si pasa, pues… disfruta el siguiente momento que algo te aportará, tal vez una nevada escandalosamente hermosa.

Os pongo tres fotos, dos de ellas con un ruido impresentable (ISO alto, 25000), pero que captan los momentos que buscaba congelar (nunca mejor dicho). La del coche esta hecha a ¼ de segundo. Esto permite hacerse una idea de la intensidad de la nevada. Dentro del coche estaban Vicen, Araceli, Xavi, Alfons y Quim. Fuera, un insensato.

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